Aconcagua: Expedición Deportiva CUBA Centenario

Crónica en primera persona, 20 días en la montaña y 180 de preparación

Fuimos parte indivisa del equipo: Santi Cornejo Saravia, Iván Bonacalza, Facu Beltran, Tati Paz y yo.

 

Además del cariño por el Club, nos une una pasión miramarense y un paso por el extinto Colegio San Juan Bautista. La escalada deportiva y tradicional es otro de nuestros nexos. La sede de Palermo y la palestra/boulder nuestro lugar de encuentro clásico.

 

Contamos con la inmensa presencia de Iván en andinismo, ski alpino y de travesía en Bariloche y alrededores, que aceptó ser uno más de nosotros. Los socios que han pasado por la sede del Cerro Catedral seguramente lo recuerden. Por su experiencia, a pesar de no haber ido antes al Aconcagua ni a las montañas cuyanas, siempre fue la palabra más escuchada del equipo, aunque prevaleció la democracia.

 

La consigna del Negro Fernandez Miranda había sido clara y concisa en el 2017, cada Capitanía tenia que organizar algo extraordinario para festejar el Centenario del Club.   

 

Este relato comenzó a escribirse hace más de un año, cuando un grupo de amigos soñaba, casi sin nombrarlo, con el “Centinela de Piedra” (significado del origen de la palabra Aconcagua en lengua Quechua). Semejante empresa requirió armar el equipo y pensar cada detalle. El pacto quedó sellado hacia finales del verano pasado, con asado familiar de por medio. Todos estábamos en la casa de Tati cuando definimos la hoja de ruta. Las únicas ideas firmes eran hacerlo en temporada baja para no encontrar mucha gente, con un formato deportivo y no comercial. Así, casi sin darnos cuenta, arrancamos con el entrenamiento. Faltaban unos nueve meses. Sabíamos que el entrenamiento era parte fundamental de la expedición. Sin entrenar los expedicionarios no tienen chances de llegar lejos en el Aconcagua. Una vez que se pone el objetivo, el sacrificio del entrenamiento aeróbico es más fácil, pero no por ello menos sacrificado. Cada actividad aeróbica tenía que superar la hora de entrenamiento. El tiempo que llevó fue inmenso y las familias fueron muy importantes para sostenerlo.

Fue muy importante el apoyo de consocios como Nico Cermesoni, Diego Camps, Colo Saravia, Faustino Garcia Terán que con sus consejos nos ayudaron a armar las rutinas de entrenamiento y las dietas especiales y para estar a punto fisicamente.

 

A finales del pasado invierno fuimos al Parque Provincial Cordón del Plata, Mendoza.

Dormimos dos noches en la zona de Veguitas Superior a 3300 m.s.n.m.. Hicimos cumbre en el Cerro Stepanek. Tuvimos días y noches heladas y con bastante nieve. Fuimos en busca de probarnos frente al frío, probar nuestro equipo técnico y sobre todo probar el funcionamiento del grupo.

Tras nuestro viaje invernal, hicimos un asadazo a la cruz en lo de Santi para festejar los avances. Pulimos detalles e hicimos seguimiento del entrenamiento.

En octubre concretamos nuestro último encuentro oficial. Esta vez en lo de Facu, donde hicimos el chequeo de equipo: ropa, mochila, equipo técnico y una larga lista de extras.

 

El mismo día que regía el feriado, a raíz del G20, partíamos temprano hacia Mendoza. Baúl lleno de fe y el techo con más de 80 kilos de comida.

Esa noche dormimos en el Refugio Mausy a 2900 m, dentro del Parque Provincial Cordón del Plata. Allí donde Facu es casi local, todos nos sentimos sumamente cómodos, por las características del lugar y por haber estado hace pocos meses. Luego seguimos subiendo hasta El Salto, 4200 m, donde los días de aclimatación fueron amenos y transcurrieron rápido a pesar del frío y de la nieve. Llegamos hasta el pie de vía de la Supercanaleta del Cerro Rincón (famosa vía de escalada mixta) y tuvimos que limpiarnos un poco la baba. En esta etapa conocimos a Lotta y Marritta (Finlandesas), Emma y Bea (Catalanas) y Don Bowie (Canadiense), con quienes compartimos días en Aconcagua y disfrutamos mucho de su compañía. Los relatos del humilde Don en sus expediciones a varios ochomiles (K2 sin oxígeno), fueron un deleite para los oídos de todos los presentes.

Después de 4 días, dejamos la zona de El Plata para ir a Mendoza por compras finales. Fruta, salame y queso principalmente. También teníamos pendiente el trámite para poder ingresar al Parque Provincial Aconcagua, el cual sorteamos sin problema. Almorzamos fuerte en un bodegón recomendado, teniendo bien presente lo que vendría.

Esa noche dormimos en un hostel de ensueño llamado Mundo Perdido, a pasos de la entrada al Parque. Era una antigua estación de tren restaurada. Paredes de piedra de un metro de ancho y cortadas a mano. Estábamos solos, así que fue nuestro refugio para terminar de definir varios detalles antes de volver a internarse en la montaña.

 

6 de Diciembre. Amanecimos y desayunamos contundente, sabiendo que en la montaña las posibilidades son otras. Al dejar el hostel fuimos hacia la base de operaciones de Grajales Expeditions, en Penitentes.

Pesamos, embalamos y despachamos 109 kg entre comida y equipo de altura. Entre otras cosas, las dos mulas cargaron: 3 carpas, piquetas, crampones, 40 Maru Chan, 100 tangs, 24 sobres de atún y 30 sobres de sopas. Sin estos animales fantásticos, las expediciones en los Andes serían muy distintas. Luego una camioneta de la empresa nos llevó hasta la entrada principal del Parque Provincial Aconcagua que se encuentra a 2700 m.

A media mañana ya estábamos caminando en el Valle de Horcones y veíamos correr las aguas del río con el mismo nombre; río caudaloso que luego confluye con el río Mendoza, el cual irriga gran cantidad de los cultivos cercanos a la ciudad de Mendoza y provee de agua potable a millones de personas.

Tres horas después de una amena caminata, el campamento Confluencia nos recibió con una agradable nevada y una "urbe rústica". La actual ubicación es muy distinta a la que solía ser hace unos años en la verdadera confluencia de los ríos Horcones Superior e Inferior. La reubicación se dio por el riesgo ante los continuos movimientos glaciares. Allí había no menos de 60 carpas entre domos e iglúes. También baños, duchas, Guardaparque, médico y parcelas demarcadas entre las distintas empresas prestadoras de servicios dentro del Parque.

 

El servicio de mulas fue el único que contratamos. Esto a la vez nos permitiría usar los baños en Confluencia y Plaza de Mulas, cuyo uso es obligatorio.

Nosotros solos resolvimos todos los detalles que incluyen una expedición como ésta. Quienes eligen ir en una expedición comercial pueden contar con una innumerable cantidad de comodidades. Desde domos amplios para dormir, salones: comedor, lounge, de comunicaciones y hasta camas en Confluencia y Plaza de Mulas. Cuentan con un menú amplio y sofisticado. Por supuesto los clientes de estas expediciones no compran su comida; no arman carpas y a veces ni las cargan; no cocinan ni cargan la comida; van en todo momento con un guía que conoce la montaña; no eligen desde que campamento “tirar la cumbre” o que estrategia de porteo a campamentos de altura hacer, entre tantos otros detalles. Todo esto es extremadamente confortable y costoso. El helicóptero va y viene para mantener los estándares que los clientes imponen en una de las 6 cumbres del mundo: Aconcagua (América), Everest (Asia), Kilimanjaro (África), Elbrus (Europa), Carstensz (Oceanía) y Vinson (Antártida).

A nuestro humilde entender todo ese confort también le quita algo de magia, algo del espíritu que nos gusta que tenga el montañismo.

 

El Aconcagua es una montaña ubicada en la Provincia de Mendoza. Integra la Cordillera Principal, la cual es un componente de la cordillera de los Andes, columna vertebral de América del Sur. Su extensión es de 7200 kilómetros, por lo que constituye la cadena montañosa más larga de la Tierra. A pesar de ser de origen volcánico, el Aconcagua no es un volcán. Se formó cuando parte de la corteza terrestre se hundió bajo la Placa Sudamericana después de su colisión. La mayor parte de la vegetación y vida animal sobrevive debajo de los 4000 metros de altitud, por las duras condiciones climáticas en las alturas superiores.

Desde 1983 el Aconcagua y sus alrededores inmediatos conforman el Parque Provincial Aconcagua, con la intención de preservar los valores naturales y culturales del sitio.

Hay catorce montañas por sobre los ocho mil metros de altura en nuestra Tierra. Los españoles llaman al Aconcagua el “Pequeño Ochomil”, asimilándolo a la dificultad que presentan los catorce picos máximos de nuestro planeta.

 

Para muchos será novedad conocer que la montaña más alta de América fue, durante el Período Inca (1400 a 1532 d.C.), un importante adoratorio de altura. Allí se encontraron restos de un niño momificado a 5300 m. Asimismo, fue en nuestro continente, que distintos pueblos originarios adoraban y exploraban los grandes picos nevados. En otros rincones del planeta no se realizaban incursiones a las alturas.

Los Apus son los espíritus de las montañas que protegen a los pueblos de los Andes desde la época de los Incas. Apu Akon es como llamábamos a nuestro cerro durante toda la expedición.

 

7 de diciembre. Fuimos camino a Plaza Francia, el tercer campamento base que rodea al Coloso. A pesar que no estaba planificado y conociendo las condiciones climáticas de altura, preferimos aclimatar un dia más en Confluencia. Tras tres horas de caminata llegamos a la pared sur del Aconcagua. Fue nuestro primer encuentro cara a cara con el Cerro. Su tamaño y glaciares colgantes nos hipnotizaron.

Volviendo al campamento hubo una experiencia de escalada al mejor estilo “free solo”, con más sonrisas que riesgos. Como en cada uno de los campamentos -excepto Canadá y Nido- nuestro guia "yogi” Tati, nos brindaba una buena sesión de yoga y respiración. Confluencia no fue la excepción y muchas veces se nos unía algún montañista de otra expedición. El Yoga y la respiración resultaron fundamentales para cuidar el cuerpo y el alma.

Para cumplir con los requisitos del Parque hicimos el check in con el guardaparque y con el médico. Nos tomaron el nivel de “oxígeno en sangre” con el oxímetro. Todos salimos bien parados, ya que lo veníamos controlando gracias a un equipo prestado por el Club. En cada altura siempre había una revisión y registro de cada uno de nosotros respecto a la saturación de oxígeno en sangre y al ritmo cardíaco. Estos controles nos daban la pauta de cómo estábamos aclimatándonos. Esos datos, más nuestro nivel de hidratación, nos permitieron estar seguros de nuestra capacidad física para realizar el ataque a la cumbre. Los datos fueron siempre alentadores y sin sorpresas.

Por la noche tuvimos recompensa: pastel de papas, cerdo y vino tinto. Todo gracias a los compañeros de campamento que recibían manjares culinarios de sus prestadores de servicios.

 

8 al 11 de diciembre. Dejamos Confluencia a las 9 am y caminamos por ocho horas netas hasta llegar a Plaza de Mulas. Comimos poco y descansamos menos. El viento nos castigó parejo con ráfagas que alcanzaron los 60 km/h. Llegamos al campamento base de la ruta normal del Aconcagua a las 20 hs. Una verdadera ciudad de carpas y domos a 4300 metros. No por nada, es el segundo campamento base (CB) más grande del mundo después del Everest. Realmente subestimamos la caminata hacia Plaza de Mulas. Fue más tediosa y larga de lo que pensábamos. Llegamos bastante cansados y con algunos síntomas de mal de altura que enseguida se fueron con unas buenas sopas.

 

Plaza de Mulas está ubicado en una morena a los pies del Aconcagua y a pasos del Glaciar Horcones. Posee agua a sus alrededores y grandes rocas que protegen el emplazamiento de carpas. Las vistas nos quitan el aliento a diario. Este lugar desemboca en un anfiteatro rodeado por glaciares, cerros, nieves eternas, lagunas escondidas y rimayas.

Los días transcurrieron en la comodidad de este campamento. El mal tiempo nos obligó a quedarnos. Los campamentos de altura estaban ventosos y con mucha nieve. Las noches estrelladas a esa altura, únicas.

Desde la base de Penitentes hasta acá, los locales nos tuvieron especial consideración. Veían con singular simpatía una expedición pura de amigos de Club. Muchos conocían a CUBA.

 

Hicimos el check in con Guardaparques y el médico, donde nuevamente nos sometimos a la prueba del oximetro para saber si podíamos seguir subiendo. También nos entregaron la bolsa numerada de color naranja, que debíamos entregar con nuestras deposiciones en los campamentos de altura. Esta bolsa famosa dio lugar a un sinnúmero de bromas escatológicas que acompañaron muchas tardes de anécdotas y frío extremo. Recién el día 10 hicimos el primer y único porteo de equipo. Partimos 10 am y caminamos tres horas hasta llegar a Plaza Canadá a 5050 m.. Dejamos nuestro equipo de altura y al rato volvimos al campamento base. Todos nos sentíamos bien, fuertes y preparados. Eso nos ponía de muy buen ánimo para las faenas más rutinarias: hidratarse, alimentarse y buscar hielo para hacer agua.

Hidratarse es fundamental en la altura. El cuerpo está sujeto a condiciones extremas. Controlar la cantidad de líquido y el color de nuestra orina se convirtió en rito sagrado. Si bien lo tuvimos siempre presente, una vez dentro del Parque, fue una tarea cotidiana.

Son necesarios entre cuatro y cinco litros diarios de agua. Eso nos hacía ir al baño muy seguido, cosa que por las noches, se reemplazaba por botellas que solían aparecer congeladas a la mañana siguiente.
 

El sol sale detrás de los grande picos nevados después de las 9:15 am y es a esa hora cuando salimos de las carpas a disfrutar del paisaje. Salir sin el sol en lo alto es duro. El frío se siente cuando llega la noche. Con las primeras sombras no hay muchas opciones más que meterse en las bolsas de dormir.

Dos carpas en el CB: una grande donde estábamos Facu, Santi y yo. Los vecinos siempre fueron Tati e Iván. Allí descansamos, nos aclimatamos, festejamos el cumpleaños de Don, practicamos Yoga y recorrimos la zona haciendo amigos. Leímos mucho. A veces en voz alta sobre la historia de la India o sobre filosofía. Jugamos al juegos de las capitales y entonamos cantos patrios o folklóricos según la ocasión.

 

El pronóstico siguió marcando dos a tres días más de intensos vientos y luego una ventana de buen tiempo. Al parecer íbamos a tener una oportunidad. Mientras tanto las expediciones comerciales que habían llegado al Parque a fines de noviembre ya estaban volviendo sin haber podido acercarse a la cumbre.

Desde el 20/11, apertura de la temporada, y hasta el 14/12 solo 6 personas habían hecho cumbre. Al parecer la temporada estaba difícil.

 

12 al 15 de diciembre. Campamentos de altura. Otra vez a caminar con las mochilas a tope. Primero Canadá donde ya conocíamos el camino. Por la noche nos acompañaban fuertes vientos. Estábamos bastante incómodos. Lo llamativo era que algunos confundían nuestra carpa con uno de los sectores de baños del campamento. Lo gracioso era oír a Santi (el políglota) discernir el idioma de cada visitante sugiriéndoles de muy buena manera que desistan de hacer sus necesidades cerca de nuestras carpas.

A partir de aquel momento se terminaron algunas comodidades. Ya no contábamos con baños y agua potable. Derretir nieve o hielo es laborioso. Sobre todo cuando la altura requiere tomar mucha cantidad de agua. Asimismo nuestro menú se volvió aún más elemental, ya que cada gramo en nuestras mochilas pesaba.

Al día siguiente seguimos viaje al Campamento Nido de Cóndores. Ya con los crampones puestos, encaramos el cambio de pendiente. Tras cuatro horas de caminata llegamos a Nido (5500 m.), un campamento que nos sorprendió por su buena ubicación y por la magnificencia de sus vistas. Allí todos los movimientos demandaban mucho, pero mucho tiempo, pausas y oxígeno. De cualquier manera, el hecho de hacer todo en cámara lenta, hacia todo muy disfrutable. Dormimos bien desde la primera noche a pesar de la altura. La segunda noche dormimos incluso mejor, casi de corrido. La ubicación de las carpas nos daban un panorama lunar de nieve y soledad que era abrumador e hipnotizante. Nos perdíamos en el horizonte. Las pausas eran infinitas y los silencios encantadores. Cada paso nos acercaba ahí, donde nuestra vista se posó alguna vez.

 

Nuestra estrategia de cumbre fue largamente meditada y conversada. Optamos por “tirar” cumbre desde Nido en vez de desde Cólera (6000 m). Un plan sólo posible porque nos sentíamos fuertes y bien aclimatados. El objetivo fundamental era dormir mejor la noche previa a la cumbre. Esos 500 metros de desnivel son significativos para lograr conciliar el sueño. De yapa, nos íbamos a ahorrar el armado de un campamento. Como contrapartida la jornada iba a ser extra larga y fría por la necesidad de arrancar a andar de noche.

 

16 de diciembre. Día de cumbre. Amanecimos a las 2 am y a las 3:30 am estábamos en marcha.

Las sensaciones y los silencios eran eternos y disímiles. Hubo todo tipo de pensamientos. Las horas eran duras. El frío nunca dejaba que nuestros cuerpos entren en calor. Sabíamos que los menos 25 grados en algún momento iban a ceder, pero no cedían. No había ganas de articular palabra, ni de frenar. El desgano y la apatía son sensaciones que acompañan el mal de altura. Son normales pero duras de sobrellevar. En esa situación el que más resiste lleva su premio. El rato en que tomábamos un té caliente era un sosiego entre tanta aspereza que nos mostraba esa mañana nuestra montaña. De repente la naturaleza nos regaló una vista que nos exhumó de toda duda, nos dio a entender para qué estábamos ahí. Solo un momento bastó para que el sol nos abrigue y la exuberante vastedad de la cordillera termine por hacernos llorar de emoción. La sensación de sentirse finito, extremadamente vulnerable, primitivo. Solo estaban activadas las funciones instintivas de supervivencia y la esperanza de llegar a nuestro sueño.

 

Y de pronto otro descanso sin el estridente viento, un momento de tranquilidad con algo de sol y las panorámicas más hermosas que pueda un alma imaginar, un té y raudamente seguir nuevamente la marcha.

Dolía ver a tus compañeros doblados de la paliza que nos estaba dando la montaña. Recién después del mediodía, cuando el sol empezaba a calentar, sentíamos los dedos de los pies y de las manos. Cuantos pasos duraba nuestro aliento, diez? Quince? Y luego frenar doblados, y respirar muy pausadamente, otras veinte respiraciones y luego seguir. Pasos cortos, objetivos cortos; solo veinte pasos.

La canaleta cercana a la cumbre, era un lugar expuesto pero fácil de progresar. Con nieve en lugar de piedras era más confortable, porque abrigaba y suavizaba la pisada de la bota doble. Ya no quedaban fuerzas para nada más, ni parar, ni hidratar, solo llegar. Si parábamos, nos arriesgábamos a dormirnos o a padecer el abrazo del mal de altura, que nos haría entrar en un túnel donde los sentidos se adormecen.

A pocos pasos de llegar, se vió el famoso filo de la cumbre sur. Una cuchilla de nieve perfecta, filosa, bellísima y ahí llegó la euforia. Diez escalones más de roca y la cumbre. Toda para nosotros. Nuestros pulmones se llenaron de oxígeno repentinamente, el fin de nuestro ascenso.

 

A las 15 hs llegamos a la cumbre. El abrazo eterno entre los compañeros ahogaron las lágrimas de inmensa satisfacción. Una emoción indescriptible. Quizás embriagados por la altura o por el desgaste físico, no podíamos entender lo que estábamos sintiendo y viviendo. Cada uno se fue a una punta de la cumbre a tener su momento de silencio, de intimidad. Para darse cuenta, para agradecer a todos, a los seres queridos, pero especialmente a esta montaña por habernos dejado estar ahí. Porque si algo aprendimos es que no teníamos el control de nada. Que somos seres insignificantes ante la desmesurada belleza de esa roca absoluta, imponente, extremadamente bella y salvaje.

Fotos y una breve hidratación. Dos caramelos y un turrón nos devolvieron el alma al cuerpo. El día despejado nos dejó ver los cerros vecinos: Mercedario, Plomo y Tupungato entre tantos picos nevados. La inmensidad es abrumadora. Las lágrimas se funden con abrazos. Ni la cámara ni la pluma podrían describir el panorama. Los andinistas solemos ser solitarios e independientes por definición. Nos guardamos algunas vistas y sueños. Solo podemos ser mejores cuando formamos un equipo.

Enseguida la conciencia de que hay que bajar. Que la expedición termina en cada una de nuestras casas sanos y contentos. Y así comenzamos a desandar el camino, tratando de comprender lo que habíamos vivido.

Una jornada eterna, larga y dolorosa. Llegamos a la carpa cerca del anochecer y nos zambullimos en nuestras bolsas exhaustos por superar holgadamente nuestros umbrales de resistencia pero satisfechos de estar sanos y al reparo.

 

17 de diciembre. Desde el campamento Nido de Cóndores a Horcones (donde se encuentra el ingreso al Parque, sobre la RN 7), son unos 47 kilómetros. Bajamos y muy rápido. El cuerpo sentía el castigo, pero las ganas del equipo de emprender el regreso a casa fueron mayores. Amanecimos a las 10 am en Nido y terminamos la jornada a la 1 am en nuestro hostel amigo. Los lujos estaban otra vez con nosotros. Ducha caliente y unos espectaculares sandwiches de chivito, regados de cerveza Andes.

No nos quedó mucho tiempo para procesar todo lo que habíamos vivido.

 

18 de diciembre. Desayunamos y pronto cargamos la camioneta. Lo dejamos a Iván en Mendoza y así se empezó a terminar la expedición.

Al dia siguiente ya estábamos nuevamente en el calor del hogar. Rodeados de nuestras familias y todas las comodidades citadinas. Los dolores nos acompañaron unas 72 hs. Se recordaban tan solo dando unos pasos. Con el transcurso de los días y la llegada de las Fiestas, comenzamos a tomar dimensión de lo que habíamos vivido, compartiéndolo con los presentes y los ausentes, extrañando los amigos y la montaña.

 

Nuestro objetivo no hubiera sido posible sin una unión simbiótica y cooperativa que nos permitió triunfar. La cumbre fue solo la excusa. El verdadero triunfo es guardar en el corazón momentos inolvidables con cuatro personas únicas e irrepetibles.

Viva Cubita! Gracias por tanto! Nosotros de seguro nunca olvidaremos la primera expedición del Club al techo de América.

 

Santiago Palma @santiapa

 

 

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