Cumbre del volcán Tromen, a 4000 metros sobre el nivel del mar

Este año la Capitanía de Andinismo decidió probar nuevos horizontes un poco más exigentes y alejados de lo tradicional o lo puramente turístico, por eso su propuesta fue el Volcán Tromen de 4000 msnm, un pico que se encuentra al norte de Chos Malal (NQN) donde comienza la cordillera del viento, una zona inhóspita con un paisaje muy diferente al Neuquén que todos conocemos, más salvaje pero espectacular por cierto.

Los socios, en la cumbre del volcán Tromen, en octubre del 2021

El equipo de participantes fue conformado tomando en cuenta su experiencia previa y su entrenamiento. Aquí el relato de uno de ellos:

 

En agosto de 2021, ante la iniciativa de la Capitanía de Andinismo de retomar las salidas a la montaña apenas se permitiese la actividad, se nos planteó un proyecto de expedición a un destino nuevo: el Volcán Tromen. La Capitania, a través de Facundo Beltrán y Santiago Palma, nos propuso salir el feriado largo de octubre para aprovechar tramos de nieve, con una impronta más bien de escuela de montaña autosuficiente. Repasamos el equipo a llevar (se insistió especialmente en que llevemos botas y bolsa de dormir adecuadas) y en tener una preparación física más exigente acorde a una montaña de casi 4.000 metros de altura. El 25 de septiembre, en la Sede Palermo, se realizó la prueba física (correr 10 km en 55 minutos o menos) y tuvimos una segunda charla técnica para repasar el equipo y coordinar la logística de la salida.

 

Nuestro viaje comenzó encontrándonos el miércoles 6 de octubre en el Campo El Retiro, de la Familia Corradi, en el km 520 de la ruta 5. Por un lado, viajamos Agus Fanelli, Facu Beltrán y Charlie Menéndez. En otro auto, llegaron los “Villeros”: Kitty Rosso, Juanjo Villar y Lucas Young. Matías nos esperaba con una muy rica picada y un asado espectacular, que comimos al lado del fuego. La charla nos sirvió para ir ambientándonos, y aprender sobre Isotermas, Isoyetas y el ciclo de Krebs, que Matías nos explicó con paciencia. Juanjo tuvo que despedirse de sus sandalias, por exponerlas demasiado cerca del fuego. 

 

El jueves, temprano, luego de un desayuno generoso, nos dirigimos hacia Chos Malal por la Ruta del Desierto. A pesar de un breve desencuentro en 25 de Mayo, decidimos acortar camino por la ruta 6, pasando por Rincón de los Sauces. Aproximadamente a las 19.00 hs llegamos a nuestro destino, y luego de unos momentos de deliberación, decidimos hospedarnos en una posada que se acababa de inaugurar y resultamos ser los primeros huéspedes. Cenamos en un restaurante con tele, viendo el partido Paraguay – Argentina, lleno de gente. 

 

A la mañana siguiente, luego de un desayuno sorprendentemente abundante, nos despedimos del muy conversador dueño de la posada Rubén y su hijo Baltasar, y nos encontramos con Iván Bonacalza, referente de CUBA para Esquí y Andinismo. Luego de realizar algunas compras (había que reponer los salamines que habían sido confiscados al ingresar a Neuquén; nos olvidamos de comprar agua!), nos dirigimos por la ruta 40, hacia el Tromen. Al contar con dos camionetas SUV, pudimos avanzar hasta la base de la picada, a la izquierda de la laguna, dejando atrás dos puestos de veraneada, hasta llegar a los 2.200 msnm. Una primera caminata nos sirvió para explorar la ruta y decidir dónde armar el campamento. El factor clave era encontrar agua, lo cual no fue posible. Pero sí hallamos zonas con manchones de nieve, que podíamos derretir para conseguir agua. Identificamos dos sectores razonablemente protegidos del viento y con nieve, a la izquierda del escorial central. Luego de un breve almuerzo, bajamos al campamento base. Había mucho para hacer: calibramos los crampones, armamos las mochilas, llenamos las botellas en el ojo de agua del segundo puesto y comenzamos a subir. Decidimos avanzar unos metros más, llegando a un área con nieve y piedras a 2.500 msnm donde, luego de alisar el terreno, armamos las carpas. No esperábamos mucho viento, pero igualmente aseguramos los cordines de las carpas con piedras bien pesadas. Cerca del campamento había bastante leña, lo que nos permitió encender un impagable fogón. Esa noche hubo una cena espectacular, arroz con queso y panceta, acompañado por un vino tinto y música de Imagine Dragons y Damas Gratis, entre otros. En el cielo, hacia el oeste se podía ver a Venus y una enorme luna menguante, en un cielo totalmente despejado. Lucas se estaba amigando con sus botas nuevas. Estábamos de un humor inmejorable para intentar al día siguiente hacer cumbre en el Tromen. 

 

El sábado nos despertamos a las 6 am, desayunamos brevemente al lado del fuego y preparamos el equipo (agua, crampones, algo de comida y abrigo). A las 8 am iniciamos la marcha, trepando por una zona de rocas medianas, apuntando hacia una canaleta nevada, sobre la izquierda de la cumbre. A los 3.000 msnm aproximadamente nos pusimos los crampones y comenzamos a avanzar sobre la nieve. La marcha se hizo más lenta, pero el grupo siguió avanzando a ritmo parejo. El hielo de la canaleta presentaba surcos y escalones que hacían muy dura la marcha, pero con paciencia y un disciplinado y rítmico trayecto en zigzag (travesías), seguimos subiendo. Para alentarnos, cada tanto Facundo cantaba “Miénteme” de Tini, hacía bromas sobre Rugby (“hagamos un Ruck, man”) y contaba chistes picantes. Luego de un par de paradas breves para hidratarnos y comer algo, tuvimos que enfrentar la última parte de la canaleta, con una pendiente muy empinada y estrecha, que apenas permitía realizar travesías. En mi caso, estaba muy cansado, solo podía hacer cinco pasos seguidos antes de parar para recuperar aire, pero estaba convencido que no podía fallarle al resto del grupo. Cada tanto, un tropezón me asaltaba con pensamientos negativos, pero rápidamente los apartaba. Por suerte Iván en un primer momento y luego Facundo se acercaron y me marcaron la huella para que pudiera progresar con pasos más cortos y estables. Facundo, para motivarme, recordó la arenga que Robert de Niro le da a Cuba Gooding  Jr. en Hombres de Honor. “Cookie, I want my ten steps”, me recordó. “Quiero mis diez pasos, cocinerito”, se refería a los 10 pasos que me faltaban para alcanzar lo que parecía una rimaya, el fin de la canaleta de hielo y nieve. Las dificultades nos habían unido más como equipo; todos, pese al frío y cansancio, me estaban esperando allá arriba, con palabras de aliento y abrazos. En unos pocos minutos llegamos; de una naranja rescaté las energías que me estaban faltando para seguir subiendo. 

 

Nos quedaba trepar una picada empinada, con piedras grandes, para alcanzar la zona de ante-cumbre. Desde esa meseta (un col que unía la cumbre con otro de los cráteres que daban al norte), se podía ver hacia nuestra derecha, parte de la ruta hacia la cumbre; la parte superior estaba cubierta por una densa nube blanca que ya nos acompañaba desde hacía un rato. Iván nos pidió que nos mantengamos juntos, para no dispersarnos. Avanzamos por ese sendero, progresando sobre un acarreo cansador de arena y piedras sueltas (un “infiernillo”), hasta una zona de nieve. Luego de atravesarla, y de trepar un último tramo hacia la izquierda, lo que parecía una formación de rocas elevadas, llegamos a nuestro destino. Eran las 3:30 pm. Tras más de siete horas de ascenso, nos recibió la boca del volcán, inmensa como un estadio de fútbol y parcialmente cubierta de nubes. Nuestro cansancio desapareció, se transformó en euforia y agradecimiento. Habíamos llegado, emocionados, todos juntos y por primera vez, a la cumbre del Tromen, a 3.978 msnm. 

 

Nos quedan las fotos, y recuerdos de abrazos interminables, una picada espectacular y un breve brindis, que nos permitió disfrutar la falta de viento en la cumbre. Unos minutos después, la densa nube blanca se alejó y se pudo ver el cráter en su totalidad iluminado por el sol, y hacia abajo, dos cráteres más que le hacían compañía. Las emociones que allí nos asaltaron son difíciles de transmitir, pero justificaron cada paso dado. Todavía no nos ponemos de acuerdo en explicar las razones que nos llevaron a subir el Tromen, a soportar el cansancio, la fría noche sin sueño en carpa, el extravío de celulares o de guantes, o el rigor de la interminable canaleta de hielo. ¿Cómo poder explicar a quienes no estuvieron allí que todo eso valió la pena?

 

*El autor, Carlos Menéndez, tiene 54 años y es corredor, maratonista y andinista. Tiempo atrás, ha realizado otras salidas con el Club, como el Volcán Lanin y Domuyo, entre otras.

 

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