Cuatro refugios en Bariloche: una aventura inolvidable

Crónica de Nicolás Laffaye

La idea de unir los 4 refugios de Bariloche -Frey, Jakob, Laguna Negra y López- estuvo cajoneada un par de décadas después de haberlo intentado de muy joven en un viaje entre hermanos, allá por la década del ´90. Así, cuando la capitanía de Andinismo publicó la propuesta, supe que había llegado la hora de la revancha.

 

Una serie de reuniones preparativas y una prueba física que nos puso a punto nos fueron ayudando también a fortalecer el grupo que, no por heterogéneo estuvo falto de química grupal. Mati Ferrari, el delegado de la capitanía que nos acompañaría, puro entusiasmo y buena onda. Barbi Elías, 19 años, con toda la energía y el desparpajo de la juventud, una auténtica valiente. Fran Mullen, el hombre sereno del grupo, experimentado en la montaña y a cargo de portar el equipo de mate. Y yo, Nico Laffaye, 46 años, guiado por curiosidad de lo pendiente. Al grupo lo cerraba nuestro guía, el gran Iván Bonacalza, una leyenda de Bariloche y quien conoce cada rincón de la montaña como si fuera el jardín de su propia casa.

 

Día 1: Refugio Cerro Catedral (CUBA) - Refugio Frey

 

Nos encontramos en el refugio de CUBA en Catedral la misma mañana de la partida. El pronóstico era inmejorable, sol y buena temperatura por varios días. Último desayuno, almuerzo fuerte, ajuste final de mochilas sacando algo de peso, y a caminar. En los papeles, el primero sería el día “tranquilo”, pero nada es tan fácil cuando es todo para arriba. El sendero a Frey, al principio en suave ascenso y con vistas al lago Gutiérrez, se va metiendo en un bosque de lengas altas por el valle del arroyo Van Titter. A partir del refugio Piedritas, la pendiente se hace más pronunciada, el bosque de lengas pierde altura y al fin se hace visible el destino.

 

Fueron 4 horas y 500 m de desnivel hasta el tradicional refugio Frey, a 1700 msnm y al borde de la laguna Toncek. Los pies en el agua fresca de la laguna, unos mates calientes y el increíble cielo rosado nos fueron devolviendo el alma. La tardecita la pasamos dentro del refugio, compartiendo vivencias con cercanos desconocidos con los que se tiene algo en común, eso que trasmite la montaña. No hubo dudas a la hora de ir a dormir, haríamos vivac bajo un cielo poblado de estrellas. El plan parecía maravilloso y el sueño pudo rápido con todos. Claro, con todos menos conmigo... Con muchas dudas, frío en la cara y sin encontrar la posición, me mantuve alerta hasta que, por fin, casi al alba, llegó algo de sueño entrecortado, que no duró mucho y el amanecer fue un verdadero alivio.

 

Día 2: Refugio Frey - Refugio Jakob

 

El sol salió temprano la mañana del día 2 y los picos del Catedral se reflejaban en la laguna como si ésta fuera un perfecto espejo. Tras un desayuno liviano, iniciamos el ascenso hacia la laguna Schmoll. Ahora los bastones empezarían a ser necesarios. Buscando el filo norte del cerro Catedral ascendimos por terreno pedregoso. Dejamos atrás la “cancha de fútbol” y se abrió ante nosotros la inmensidad y el verde del valle del Rucaco. A un costado, el parador Nubes del cerro Catedral, para tener una referencia de lo alto que estábamos, unos 1900 msnm. Un largo descenso por piedra suelta clavando talones y apoyándonos en los bastones nos llevó a donde “pusimos la mesa”. El menú sería el mismo durante los próximos mediodías: salame y queso de diferentes procedencias, uno mejor que otro.

 

Recuperadas las energías, emprendimos el segundo ascenso del día, otros casi 500 metros de desnivel hasta cruzar el filo sur del cerro Tres Reyes, que conecta con un hermoso valle en altura. Allí abajo, tan cerca pero tan lejos, el Refugio Gral. San Martín, a orillas de la laguna Jakob, en todo su esplendor. Otro interminable descenso, de vuelta con piedra suelta, nos sumergió en un bosquecito de lengas, que con una suave pendiente desemboca en el refugio. Reconstruido tras el incendio del 2017, se trata del refugio más moderno de la travesía. Hermosos ventanales que parecen un cuadro revelan la laguna Jakob y el Pico Refugio. Después de un partidito de truco, con plato de lentejas sobre la mesa y una copa de vino en la mano, celebramos la mitad de la travesía. Sin ignorar que se avecinaba el día más duro, preparamos nuestro vivac sobre las rocas al costado de la laguna. Esta vez fue quizás la pendiente del terreno, o la conversación de vaya a saber qué noctámbulos que merodeaban por el lugar, la que pospuso la llegada del sueño. Sin embargo, mirar las estrellas, al igual que el fuego, hipnotiza, nunca cansa. Entre reflexiones, el sueño fue ganando y pudo más que la incomodidad.

 

Día 3: Refugio Jakob - Refugio Laguna Negra

 

Ya desde las reuniones previas al viaje nos hablaban del día 3, el más técnico y difícil de la travesía, pero también el más divertido. Y fue exactamente así. El tramo Jakob - Laguna Negra nos encontraba entusiasmados, pero el cuerpo acusaba el esfuerzo de lo recorrido. Comenzó con el ascenso por terreno escarpado y rocoso en dirección a la laguna de Los Témpanos. Iván, pícaro, optó por el Paso de los Inocentes en lugar del tradicional por el Pico Refugio para hacerlo más entretenido. Nuestra ruta, siempre ascendente, nos llevó al punto divisorio de aguas: de este lado aguas al Atlántico; del otro el arroyo Casalata llevaba al lago Mascardi para terminar en el Pacífico. Una disimulada piedra indicaba el cambio de rumbo hacia los picos más altos a nuestra derecha. El sendero atravesaba una rocosa e irregular ladera que debimos atravesar con cuidado. La roca fue dando lugar a la nieve y la hora de usar los crampones había llegado. Una cuidadosa explicación de Iván dejaba claro que no había margen para cometer errores: el primer “nevé” que debíamos atravesar no era extenso, pero tenía la superficie congelada y una pronunciada pendiente que conducía lejos allá abajo. Un paso en falso y todo podía terminar muy mal. Pasó Ferra, un trámite... Pasó Fran, una caminata mansa… Cedí mi lugar a Barbi, no tanto por caballerosidad como por susto, y salió airosa. Una mirada rápida me dejó claro que no había caminos alternativos. Con piernas temblorosas y dejando claro que no tenía apuro fui dando un paso tras otro y, sudando más las palmas que la frente, hasta que al fin estuve del otro lado. “Misión cumplida” y mientras me sacaba los crampones para ya no volver a usarlos supe que había mucha nieve por delante. Por suerte el sol alto la habría irradiado suficiente para ablandar su superficie y hacer todo más fácil y divertido. Ese almuerzo frente al cerro Tronador y bajo el sobrevuelo de un cóndor tuvo sabor a conquista.

 

Llevábamos 5 horas de caminata y todavía faltaban otras 5, así que sin perder tiempo retomamos hacia el cerro Navidad. A 2150 msnm hicimos cumbre y emprendimos un pronunciado descenso en 3 tramos hacia el valle que lleva el mismo nombre. El primero, nevado y con pendiente, lo bajamos haciendo culipatín. Todo risas. El segundo, rocoso y empinado, un poco más serios. El tercero fue todo silencio y concentración: debimos destrepar la roca usando manos y pies como si fuésemos escaladores, atravesar una cascada agarrando un cable de seguridad. Hubo tensión, caídas, lesiones y primeros auxilios. Hubo de todo, pero no faltó solidaridad, entereza y espíritu de equipo para salir adelante. Nos hicimos fuertes con unos mates en el mallín del Navidad para emprender el último ascenso del día hacia el Refugio Manfredo Segre, al borde de Laguna Negra. Nuestro guía, el querido Iván, optó por el camino más corto -pero lógico- el más empinado. Otra vez trepar la roca, usar manos y pies, bastones y mucha cabeza. Cansados, pero sin claudicar llegamos a la cima. El refugio se abrió ante nosotros como un oasis. Lo más duro había pasado.

 

De más está decir que esa noche dormimos todos mejor de lo que se pudiera desear. “Mañana no se madruga”, había dicho Iván, y así fue.

 

Día 4: Refugio Laguna Negra – Refugio López

 

Después de unos mates y algún café, partimos en lo que sería el cuarto y último día intenso. Otra vez tocaba un día hermoso. Rodeamos la Laguna Negra y comenzamos a subir por la roca, por momentos firme, por otros no tanto. La imponencia del Tronador deja chiquito todo lo demás pero allá a lo lejos se dejó ver el volcán Lanín, el Osorno, la laguna Cab. Mantuvimos altura un rato hasta cruzar un nuevo filo que abrió ante nosotros el mallín del López. Una bajada suave nos condujo a un bosquecito de lengas, donde almorzamos y nos preparamos para el esfuerzo final. Una semana atrás, visto desde la profundidad del valle, el López no hubiera parecido posible: distante, rocoso, elevado… Sin embargo, en pocos días habíamos aprendido que con constancia y decisión esto y mucho más puede conseguirse. Fueron dos silenciosas horas prácticamente sin parar más que para tomar agua de algún arroyo de deshielo. Cuando la pendiente es elevada mirar hacia abajo puede dar vértigo, pero impulsa ver lo que se ha recorrido para seguir adelante. Un cóndor posado en la cima del pico Turista parecía esperarnos allá arriba. Fue un regocijo del alma ver desde esa cima la ciudad de Bariloche, el lago Nahuel Huapi, el Moreno, el hotel Llao Llao, y aprovechamos la vista para un último descanso. La bajada hacia refugio López no se guardaba nada: algo más de culipatín, escalera por la nieve usando pies y manos por lo pronunciado de la pendiente, destrepar la roca. Por fin se dejó ver el López, de un vivo color rojo. Y sentimos como haber llegado a casa.

 

La feijoada que preparó esa noche Douglas, el refugiero brasilero del López, quedará en la memoria. Nos habíamos despedido de Iván un rato antes, nosotros dormiríamos arriba, pero el descenso desde allí era sencillo. Por la mañana del lunes emprendimos la tranquila caminata y en menos de 2 horas estuvimos en Colonia Suiza. Llegar al refugio del Club se sintió muy reconfortante. Por fin pudimos darnos ese baño que tanto extrañamos en la montaña. La hospitalidad del encargado del refugio del Club en Catedral, Mariano Mavric, la dedicación que puso en atendernos, como siempre lo hace, es digna de reconocimiento. Y un párrafo aparte merecen los platos y postres que prepara Daniela, su esposa.

 

Hubo todavía tiempo para un chapuzón en el lago Gutiérrez en una tarde maravillosa. Hubo bicicleteada por el cerro San Martín, una vuelta por el centro de Bariloche a buscar chocolates y mateadas en el Refu de CUBA antes de volver a Buenos Aires. Habrán sido pocos días, pero francamente intensos y en la mejor compañía.

 

Un viaje inolvidable. Pensé “irrepetible”. Ojalá no lo sea.

 

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