Crónica de la ascensión al Volcán Domuyo

Desafío de los socios Santiago Cornejo Saravia, Ignacio Nicholson, Hernán Bonta, Juan Ignacio Maisterrena, Pablo Oribe y Santiago Palma

 

¿Por qué queremos subir una montaña?

 
Nuestra expedición comenzó unos 3 meses atrás, cuando desde la Capitanía de Andinismo se organizaban los viajes a Lanin, Paso de Las Nubes y Domuyo. Fuimos de la partida: Santiago Cornejo Saravia (Vocal Andinismo), Ignacio Nicholson, Hernán Bonta, Juan Ignacio Maisterrena, Pablo Oribe y Santiago Palma. La preparación incluyó: prueba física a cargo del Prof. Adrián en la Sede Viamonte, plan de entrenamiento, chequeo de equipo y charla previa en la Sede Palermo, entre otras actividades.
 
 
El Domuyo, de 4707 metros sobre el nivel del mar, es conocido como el techo de la Patagonia, por ser el pico más alto de la región. Se encuentra al norte de la Provincia de Neuquén, en la cordillera del viento, en los confines septentrionales de la Patagonia. Dicha cordillera no pertenece geológica ni geográficamente a la Cordillera de los Andes y corre con dirección NNO - SSE. Hace millones de años, antes de la formación misma de los Andes, la zona que actualmente ocupa el Domuyo estaba cubierta totalmente por mar. De ahí la cantidad de restos fósiles marinos. Su nombre es de origen mapuche y significa que tiembla y rezonga , debido probablemente a su actividad geotermal. Suele ser un lugar de entrenamiento para encarar la cumbre más alta de nuestro país y del continente americano.
 
 
Martes 21 de noviembre. Encuentro & Base.
A las 10.00 nos encontramos todos en el fuerte de Chos Malal, ciudad que fuera la primera capital de la Provincia de Neuquén. Allí llegamos en tres grupos. Desde Bariloche, Ivan Bonacalza, nuestro guía y Tobias Barreira, quien nos acompañó como segundo guía debido a la gran cantidad de nieve que había en la zona. En avión a Neuquén y posterior traslado en auto se sumaron Pablo, Hernán e Ignacio. Y por último, los Santiagos y Juani en auto desde Buenos Aires.
 
 
Luego de aprovisionarnos, fuimos a ver el Domuyo en persona. Pasamos por los pueblos de Andacollo, Las Ovejas y Varvarco. Y en cada curva encontramos un paisaje más imponente que el anterior. Cañadones, ríos, arroyos, puentes y pampas hacían de la aproximación un deleite para el alma. En el último pueblo, de unos 1000 habitantes, nos inscribimos en el registro de personas que buscan hacer cumbre. Allí nos alegramos de conocer que por fin sus habitantes tendrán gas el invierno próximo.
 
 
De camino nos cruzamos con el paisano Heraldo, duño de tierras y animales en la zona, a quien le encargamos un cordero para el viernes siguiente. Dejamos los autos allí donde el mismo camino era borrado por un bardon de nieve que por momentos superaba el metro de altura. Una vez con nuestras mochilas y lo imprescindible en ellas, caminamos 4 horas hasta llegar a Las Lagunas (3100 msnm), lugar del campamento base. Armamos las carpas, comimos y descansamos luego de un día agotador.
 
 
Miércoles 22 de noviembre. Reconocimiento & Descanso.
Aclimatarse, descansar e hidratarse. Esas fueron las consignas del día. Reconocimos la ruta por la que íbamos a encarar la subida y la que íbamos a usar para bajar. Visitamos un glaciar vecino, preparamos mochilas, hidratación, alimentos, ajustamos crampones (porque seguramente iban a amanecer congelados) y sobre todo descansamos, porque faltaban horas para el ascenso. Era de día todavía cuando nos fuimos a dormir.
 
 
Jueves 23 de noviembre. Cumbres.
El despertador sonó a las 3.00 junto con un regalo de millones de estrellas, que para nosotros se sentían tan cerca. A la hora ya estábamos en pleno ascenso con linternas encendidas y caminando con crampones sobre la nieve, que por momentos, era hielo. Nos esperaba un largo día. A las 8.00 llegamos al Campamento Pircas (3800 msnm), también conocido como Piedras Amarillas. Allí no encontramos a nadie,  pero sí empezamos a sentir el fuerte viento. Ver salir el sol a esa altura fue otro regalo entre tanto esfuerzo. A las 9:30 ya estábamos en el Col, paso o encuentro de dos picos. Allí a los 4000 metros encontramos, terminando de pasar la noche, al Ing. Joaquín Reyero de 71 años. Estaba junto a sus dos hijos y una amiga de ellos, donde el viento era casi insoportable. Allí habían pasado la noche vivaqueando y nos recibieron con una sonrisa y ánimo para encarar la parte más difícil. Era el lugar donde unos años atrás, aparecieron sin vida dos médicos de Neuquén. Estimamos el viento entre 90 y 110 km/h, porque es a los 120 que se empiezan a volar las piedras pequeñas.
 
 
Menudas enseñanzas nos dejó aquel avezado montañista e ingeniero que suele navegar en nuestra sede de Núñez por ser ex alumno de la UBA. Nos decía: “La magnitud de los problemas está en relación inversa al cuadrado de la distancia que media entre su ubicación y la Plaza de Mayo”. Disfrutamos mucho su alegría de vivir por sobre todas las cosas. Luego supimos que al rato de dejarlos en el col ellos emprendieron el descenso. Habían pasado una noche durísima.
 
 
El col hizo estragos en el grupo y al rato ya quedamos solo dos de nosotros intentando la cima, ahora acompañados por Tobias. Llegó la temida y empinada rampa con sus remolinos de nieve. Desde la rampa andamos siempre con crampones puestos y piqueta en mano como principal forma de evitar una patinada interminable. Llegó el glaciar y otra rampa más, para llegar a la cima a las 13.00 aproximadamente. Las emociones se mezclan con abrazos interminables y con la inmensidad de las vistas desde lo más alto. Vemos los Andes infinitos, el Tromen cerca y el Copahue humeando a lo lejos. El recuerdo del submarino ARA San Juan y su gente viene a la cabeza, traído por Iván unas horas antes. En la montaña hay varios dichos, pero el que más me gusta es el que indica que la cumbre está abajo tal como lo recordara Tobias. Allí abajo y cuando todos llegan a campamento sanos y salvos. Efectivamente todos hicimos cumbre. Fueron un máximo de 9 horas de ascenso y casi 5 horas de descenso que te dejan exhausto, que dejan esas marcas que no se borran. Todo logro implica esfuerzo de resignar. Resignar placer para llegar. Aceptar y trabajar el dolor. Llegar a la cima implicó eso. Pocas paradas, hidratación constante, algo de comida y muchas emociones. Una vez en el campamento descansamos, comimos y pronto desarmamos para ir a las termas naturales de la zona. Nos dirigimos a las de Aguas Calientes, que se encuentran dentro del Área Natural Protegida Sistema Domuyo. Allí mismo donde se hallan algunos de las tres zonas con géiser de Argentina. De casualidad encontramos una mano amiga que nos alquiló una cabaña y por ende nos permitió contar con camas, una cocina, una mesa, sillas y calefacción. Era absolutamente todo lo que necesitábamos.
 
 
Viernes 24 de noviembre. Termas & Comenzar el Regreso.
Luego de un buen y merecido descanso fuimos a buscar el cordero y reparar una pinchadura. Pasamos por la cooperativa de producción agroalimentaria de Varvarco. Alli la Provincia instaló una cocina de primer nivel, que se presta por turnos, a los productores locales. Ellos elaboran, venden y mantienen dicho espacio. Compramos chutney, dulces y salsas que no desentonan con la belleza del pueblo. Termas y cordero fueron el cierre previo para emprender la vuelta a casa. Se comenta por los pasillos de Palermo que hay un sueño para los festejos del Centenario. Organizar la primera expedición del Club al Aconcagua. Como sea, habrá que planificar y entrenar mucho para siquiera soñar con pararse en la cima del Centinela de Piedra.
 
 
Gracias a Santiago y Facundo por todo su esfuerzo en organizar la expedición. A Ivan junto con Tobias por permitirnos hacer cumbre. Y sobre todo agradezco a nuestro gran Club y todos los que trabajan desinteresadamente para hacerlo aún más grande. Gracias por permitirnos conocer nuestro país y a su maravillosa gente. A Rolo que nos ayudó con la pinchadura. Al paisano de la plaza que nos dio sus bendiciones. A Walter por su flexibilidad fuera de temporada. A Joel y cia. por sus mágicas fotos y palabras de aliento. A Matias de Chivilcoy por las risas. A Don Heraldo, su compañera y sus hijos que nos abrieron su casa.
 
 
La respuesta a la única pregunta formulada es simple. Tal como lo dijera Jorge: “Porque están ahí ”. Por eso escalamos o subimos montañas.
 
 
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